sábado, 13 de marzo de 2021

Un viejo manuscrito Por Franz Kafka

(1917)


Se diría que el sistema de defensa de nuestra patria es verdaderamente defectuoso. Hasta ahora no nos hemos ocupado de ese asunto y si de nuestras obligaciones cotidianas; pero algunos acontecimientos recientes nos alertan. 

Soy zapatero remendón; mi botica da a la plaza del palacio Imperial. Apenas abro mis persianas en el amanecer, ya se ven soldados armados, apostados en todas las bocacalles que dan a la plaza. Pero no son soldados nuestros, son evidentemente nómades del norte. De algún modo que no comprendo se han introducido hasta la capital, que sin embargo está bastante lejos de las fronteras. De todos modos, allí están; y cada día parecen mas.

Como es su costumbre, acampan al aire libre y detestan las casas. Se entretienen en afilar espadas, en aguzar las flechas, en ejercicios ecuestres. De esta plaza tranquila y siempre escrupulosamente limpia. han hecho una verdadera pocilga. Muchas veces intentamos salir de nuestros negocios y hacer una recorrida, para limpiar por lo menos la suciedad mas gruesa; pero cada vez salimos menos porque es un trabajo inútil y además corremos el peligro de hacernos aplastar por los caballos salvajes, o de que nos hieran con los látigos. No se puede hablar con los nómades. No conocen nuestro idioma y casi no tienen idioma propio. Entre ellos se entienden como se entienden los grajos. Todo el tiempo se oye ese graznido de grajos. Nuestras costumbres e instituciones les resultan tan incomprensibles como faltas de interés. En consecuencia, ni siquiera tratan de entender nuestro lenguaje de señas. Uno puede dislocarse la mandíbula y las muñecas haciendo gestos; no entienden nada y no entenderían nunca. A menudo hacen muecas; en esas ocasiones muestran el blanco del ojo y les sale espuma por la boca, pero con eso no quieren decir nada, ni tampoco causar terror, lo hacen por costumbre. Si necesitan algo, lo roban. No puede decirse que utilicen la violencia. Simplemente se apoderan de las cosas y uno se hace a un lado y se las cede. También de mi tienda se han llevado excelentes artículos. Pero no puedo quejarme, cuando veo por ejemplo lo que ocurre con el carnicero. Apenas llega su mercadería, los nómades se la llevan e inmediatamente se la comen. También sus caballos devoran carne, a menudo se ve a un jinete junto a su caballo, comiendo el mismo trozo de carne que este, una punta cada uno. El carnicero es miedoso, no se atreve a suspender los pedidos de carne. Pero nosotros comprendemos su situación, y hacemos colectas para mantenerlo. Si los nómades se encontraran sin carne, nadie sabe lo que se les ocurriría hacer; por otra parte, quien sabe que harían aun comiendo carne todos los días. Hace poco, el carnicero pensó que por lo menos se podía ahorrar el trabajo de carnear, y una mañana trajo un buey vivo. Pero no se atreverá a hacerlo otra vez. Yo me pasé una hora tendido en el suelo, en el fondo de mi tienda, cubierto con todas mis ropas, mantas y almohadas, para no oír los mugidos de ese animal, mientras los nómades se abalanzaban sobre él y le arrancaban con los dientes trozos de carne viva. No me atreví a salir hasta mucho después de cesar el ruido: como ebrios en torno de un barril de vino, estaban tendidos por la fatiga alrededor de los restos del buey. 

Justamente esa vez me pareció ver al mismo Emperador asomándose a una de las ventanas del palacio. Casi nunca llega hasta las habitaciones exteriores, y vive en el jardín más interno del palacio, pero en esta ocasión lo vi, o por lo menos creí verlo, ante una de las ventanas contemplando cabizbajo lo que ocurría ante su castillo. ¿En que terminará todo esto? Nos preguntamos todos. ¿Hasta cuando soportaremos esta carga y este tormento? El palacio imperial ha atraído a los nómades, pero no sabe como hacer para rechazarlos. El portal permanece cerrado; los guardias, que antes solían entrar y salir marchando festivamente, están ahora siempre encerrados detrás de las rejas de las ventanas. La salvación de la patria sólo depende de nosotros, artesanos y comerciantes, pero no estamos preparados para semejante tarea, tampoco nos hemos jactado nunca de ser capaces de cumplirla. Hay algún malentendido y ese malentendido nos llevará a la ruina.




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