Nunca
creyó en la pandemia, para ella eran inventos de la elite mundial en
complicidad con las clases dominantes de cada país con el objetivo de
mantenernos controlados y con miedo. Su familia compuesta por cuatro personas; ella,
sus padres y su abuela, tampoco creían y se burlaban de las advertencias que se
repetían por las redes sociales y en los canales de televisión, pero eso ocurrió
solo después del discurso apasionado de ella, evidenciando un supuesto complot
global, el cual también ponía en duda los protocolos que nos obligaban a
acostumbrarnos a una nueva vida. Así continuaron su vida de manera normal, ella
siempre salía con sus amigas a pesar de la cuarentena, sus padres también, pero
estos obligados por el trabajo, su abuela un poco más indecisa, decidió no
salir a menos que fuera por motivos estrictamente necesarios, pero continuaba asegurando
ante la familia que todo era una farsa, que los muertos eran por gripe común,
aunque por dentro una vocecita comenzó a incomodarla, una vocecita que le decía
que no se tomara todo a la ligera, que la situación podría ser mucho más
peligrosa de lo que creían, como presagiando la tragedia.
No
se sabe exactamente quién llevó el virus a la casa, no se sabe si fue la
irresponsabilidad e inconciencia de ella o el destino y la mala suerte de sus padres, y mejor no saberlo
nunca. Esas son culpas qué solo la propia persona debe procesar y sanar. Ahora
que quedan solo dos personas en la familia, el discurso apasionado en contra
del virus se apagó y se convirtió en un silencio que cuatro meses después continúa
doliendo.
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